Cuando hablamos de la muerte de Jesús, no hablamos simplemente de un evento histórico. Hablamos del acto más poderoso de amor, justicia y redención que el mundo haya conocido.
Jesús no murió por accidente. No fue una víctima de los romanos ni de los líderes religiosos. Él mismo dijo:
“Nadie me quita la vida, sino que yo la doy voluntariamente.” (Juan 10: 18)
Él murió por ti, por mí, por todos. Su sangre no fue derramada sin sentido: fue el precio de nuestro perdón. En la cruz, el pecado fue vencido y la deuda quedó saldada.